El secreto de mi pueblo
Cuenta la leyenda que un 31 de octubre, hace muchos, muchos
años, Marta, una niña de 10 años, hija de unos humildes campesinos, salió a
jugar con sus amigos, como todos los días.
Al atardecer, era la hora de irse para casa, y por no ir
hacia el centro del pueblo, cruzó el antiguo cementerio, para llegar antes.
Intentó atravesarlo lo más rápidamente posible, porque, la verdad, era un poco
escalofriante.
Escuchó unos sonidos, que, desde lo lejos, parecían gritos.
Provenían de aquella gran puerta, alrededor de la cual, se concentraban todas
las lápidas. Siempre tuvo miedo de aquello, pero, dejando atrás los temores,
entró, sin pensar en las consecuencias.
Mientras bajaba aquellas innumerables escaleras, los gritos
se hacían más y más fuertes.
Abrió la verja. Lo que allí se encontró, era fascinante,
aunque es normal que se quedase boquiabierta. Allí había infinitos pasillos.
Pero ahí no acaba la cosa. Llenándolos estaban los monstruos de los cuentos del
pueblo, que, por una vez, se había hecho realidad.
Dos monstruos, todavía aturdidos por la entrada de un mortal
en su “cueva”, la cogieron por los brazos, sin hacer caso a sus gritos.
-
¡Soltadme!
– exclamó la niña
-
Tranquila,
no tenemos intención de hacerte daño, somos pacíficos – comentó uno de ellos,
con colmillos enormes y un larguísimo pelo, con aspecto vampírico
-
¡¿Y
por qué me tenéis amordazada?! – preguntó Marta, con una notable voz temblorosa
-
La
gente se suele asustar cuando nos ve, y no queríamos que pase lo mismo esta
vez, pareces una buena chica - comentó
el vampiro
-
¿Y
qué es lo que hacéis vosotros en este lugar tan tenebroso?
-
Nosotros
ocupamos desde hace un par de cientos de años las catacumbas de tu pueblo. De
hecho, vivimos aquí desde que tu pueblo nos echó de la superficie – explicó el
vampiro, mientras Marta se soltaba de los monstruos
-
¿Y
eso? ¿Qué pasó entre la gente normal y vosotros?
-
Se
corrió el rumor de que habíamos hecho cosas que no hicimos. – dijo el vampiro
-
¡Vaya
fastidio! – exclamó la niña – Parecéis buena gente, pero me tengo que ir, mi
madre me estará buscando. Me llamo Marta, por cierto – sonrió
-
Yo
me llamo Jack, y aquí estamos, para lo que necesites. ¡Hasta luego! – se
despidió
Salió de aquellos pasadizos enrevesados y llegó a su casa.
Cuando llegó, le contó a su madre
lo que había sucedido allí debajo, en las catacumbas, y todo lo que había
sufrido esa gente.
La madre, histérica, salió
corriendo de la casa, para avisar a la gente del pueblo, que, un rato más
tarde, se dirigían, con horcas y antorchas hacia la entrada a las catacumbas.
Los monstruos se quedaron patidifusos cuando los vieron allí, cuando, no hace
más de 200 años, estaban en la misma situación
La gente se acercaba más y más
hacia ellos, con gestos malhumorados. Los monstruos no querían empeorarlo más,
por lo que no saltaron al contraataque y esperaron a que algo parase aquello.
De repente, Marta sale de entre
la muchedumbre
-
¡ALTO! – exclamó - ¿No veis lo que está pasando?
Ellos solo quieren hacer las paces, y ¿así es como se lo pagáis? ¿Gritándoles y
estando a punto de matarlos? Yo solo veo a un grupo de monstruos aquí, y somos
nosotros. Somos unos verdaderos tontos, haciéndoles esto, en vez de ser buenos
amigos y poder ayudarnos mutuamente.
Además, no somos tan diferentes a ellos. No,
al menos, de lo que somos entre nosotros mismos. Ya sé, diréis que tenéis miedo
de ellos, que cualquier día pueden saltar y atacarnos, pero entonces, ese miedo
también lo tendríamos que tener hacia los de nuestra raza, porque lo mismo que
decís que van a hacer ellos, lo puede hacer cualquiera de nosotros, desde Don
José – el alcalde – hasta yo misma.
No es tiempo de cuestionar, sino de amarnos y
respetarnos con nuestras diferencias por delante, ya seas monstruo o persona.
La
gente se calló por un momento. Parecía que estaban recapacitando.
De
repente, alguien salió corriendo hacia los monstruos y abrazó a uno de ellos.
Los demás siguieron su ejemplo y dejaron sus diferencias a un lado y se
abrazaron
Pero había que recompensarlos de
alguna forma, porque ellos tenían sus sentimientos heridos. Y decidieron entre
todos que este día, 31 de octubre, de cada año tendrían que darles lo que a
ellos más les gustase, mientras los monstruos iban recogiendo sus aguinaldos
puerta a puerta, sintiéndose queridos e integrados en el pueblo y que todos
ellos, ya sean monstruos o humanos, disfrutasen, de ahora en adelante, de esta
festividad tan emotiva.
Nicolás Dosil
4º ESO