viernes, 8 de noviembre de 2013

El secreto de mi pueblo
Cuenta la leyenda que un 31 de octubre, hace muchos, muchos años, Marta, una niña de 10 años, hija de unos humildes campesinos, salió a jugar con sus amigos, como todos los días.
Al atardecer, era la hora de irse para casa, y por no ir hacia el centro del pueblo, cruzó el antiguo cementerio, para llegar antes. Intentó atravesarlo lo más rápidamente posible, porque, la verdad, era un poco escalofriante.
Escuchó unos sonidos, que, desde lo lejos, parecían gritos. Provenían de aquella gran puerta, alrededor de la cual, se concentraban todas las lápidas. Siempre tuvo miedo de aquello, pero, dejando atrás los temores, entró, sin pensar en las consecuencias.
Mientras bajaba aquellas innumerables escaleras, los gritos se hacían más y más fuertes.
Abrió la verja. Lo que allí se encontró, era fascinante, aunque es normal que se quedase boquiabierta. Allí había infinitos pasillos. Pero ahí no acaba la cosa. Llenándolos estaban los monstruos de los cuentos del pueblo, que, por una vez, se había hecho realidad.
Dos monstruos, todavía aturdidos por la entrada de un mortal en su “cueva”, la cogieron por los brazos, sin hacer caso a sus gritos.
-         ¡Soltadme! – exclamó la niña
-         Tranquila, no tenemos intención de hacerte daño, somos pacíficos – comentó uno de ellos, con colmillos enormes y un larguísimo pelo, con aspecto vampírico
-         ¡¿Y por qué me tenéis amordazada?! – preguntó Marta, con una notable voz temblorosa
-         La gente se suele asustar cuando nos ve, y no queríamos que pase lo mismo esta vez, pareces una buena chica -  comentó el vampiro
-         ¿Y qué es lo que hacéis vosotros en este lugar tan tenebroso?
-         Nosotros ocupamos desde hace un par de cientos de años las catacumbas de tu pueblo. De hecho, vivimos aquí desde que tu pueblo nos echó de la superficie – explicó el vampiro, mientras Marta se soltaba de los monstruos
-         ¿Y eso? ¿Qué pasó entre la gente normal y vosotros?
-         Se corrió el rumor de que habíamos hecho cosas que no hicimos. – dijo el vampiro
-         ¡Vaya fastidio! – exclamó la niña – Parecéis buena gente, pero me tengo que ir, mi madre me estará buscando. Me llamo Marta, por cierto – sonrió
-         Yo me llamo Jack, y aquí estamos, para lo que necesites. ¡Hasta luego! – se despidió
Salió de aquellos pasadizos enrevesados y llegó a su casa.
Cuando llegó, le contó a su madre lo que había sucedido allí debajo, en las catacumbas, y todo lo que había sufrido esa gente.
La madre, histérica, salió corriendo de la casa, para avisar a la gente del pueblo, que, un rato más tarde, se dirigían, con horcas y antorchas hacia la entrada a las catacumbas. Los monstruos se quedaron patidifusos cuando los vieron allí, cuando, no hace más de 200 años, estaban en la misma situación
La gente se acercaba más y más hacia ellos, con gestos malhumorados. Los monstruos no querían empeorarlo más, por lo que no saltaron al contraataque y esperaron a que algo parase aquello.
De repente, Marta sale de entre la muchedumbre
-         ¡ALTO! – exclamó - ¿No veis lo que está pasando? Ellos solo quieren hacer las paces, y ¿así es como se lo pagáis? ¿Gritándoles y estando a punto de matarlos? Yo solo veo a un grupo de monstruos aquí, y somos nosotros. Somos unos verdaderos tontos, haciéndoles esto, en vez de ser buenos amigos y poder ayudarnos mutuamente.
Además, no somos tan diferentes a ellos. No, al menos, de lo que somos entre nosotros mismos. Ya sé, diréis que tenéis miedo de ellos, que cualquier día pueden saltar y atacarnos, pero entonces, ese miedo también lo tendríamos que tener hacia los de nuestra raza, porque lo mismo que decís que van a hacer ellos, lo puede hacer cualquiera de nosotros, desde Don José – el alcalde – hasta yo misma.
No es tiempo de cuestionar, sino de amarnos y respetarnos con nuestras diferencias por delante, ya seas monstruo o persona.
                La gente se calló por un momento. Parecía que estaban recapacitando.
                De repente, alguien salió corriendo hacia los monstruos y abrazó a uno de ellos. Los demás siguieron su ejemplo y dejaron sus diferencias a un lado y se abrazaron
Pero había que recompensarlos de alguna forma, porque ellos tenían sus sentimientos heridos. Y decidieron entre todos que este día, 31 de octubre, de cada año tendrían que darles lo que a ellos más les gustase, mientras los monstruos iban recogiendo sus aguinaldos puerta a puerta, sintiéndose queridos e integrados en el pueblo y que todos ellos, ya sean monstruos o humanos, disfrutasen, de ahora en adelante, de esta festividad tan emotiva.

Nicolás Dosil

4º ESO

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