viernes, 8 de noviembre de 2013

UNA HISTORIA FANTASMAGÓRICA
Fátima era una niña especial. Con sólo medio año ya había aprendido a hablar y con un año ya sabía leer. Era muy alta e inteligente, y parecía que con una mirada ya sabía de qué pie cojeabas.
Cuando creció, se dio cuenta de que no se parecía nada al resto de chicos y chicas de su edad. A ella le interesaban otras cosas, como la magia negra y la brujería. Cosas como molestarse en conocer a otra gente o relacionarse le parecían una tontería.
Llegó el 31 de octubre. Era Halloween. Fátima se despertó y fue a vestirse. Se quedó perpleja cuando vio que toda su ropa se había vuelto negra. Toda excepto una prenda: un jersey de lana de su abuela. Era blanco. Esa prenda tenía mucho valor para ella, pues su abuela siempre había compartido con Fátima su forma de ver las cosas. Su abuela era la única persona con la que se había sentido identificada en toda su vida. Y, además de la ropa, le habían salido arrugas por toda la cara. En ese momento, sintió una presencia en su habitación. Percibió un olor, un olor que le recordaba a los viejos tiempos. Era el olor del perfume que usaba su abuela. Supo que algo fuera de lo común estaba ocurriendo y sintió el impulso de ir corriendo al cementerio.

Cuando llegó, se dirigió directamente a la tumba de su abuela, tropezando con las piedras que se encontraban en el camino. Al caer al suelo, pudo oír desde cerca la voz de su abuela llamándola, por lo que empezó a desenterrar el ataúd con las manos. Cuando logró abrirlo vio que su abuela estaba ahí, pálida y medio comida por los bichos. De repente, notó que había alguien detrás suyo. Se giró y vio que era su hermano, Sam, disfrazado de fantasma y partiéndose de risa. Sam le había gastado una broma macabra para que su hermana viese la vida como realmente es y que se dejase de tonterías.


                                             AARÓN CASTELO MILLÁN.

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