lunes, 8 de abril de 2013


Los hijos bastardos de la globalización

Muchas son las cifras que antaño enorgullecían nuestra vacía existencia. Se hablaba de progreso, de pleno empleo, de si se habían vendido tantos automóviles o viviendas. Eso era, o al menos parecía, el fin del ser humano y el reflejo de una sociedad hermanada. Se hablaba de países en vías de desarrollo cuando en realidad, los tomados como niños no eran si no víctimas de un sistema.

Pero como si de una película de Woody Allen se tratase, en medio de aquella boda concertada entre el progreso y la globalización salió a escena uno de los múltiples hijos bastardos de la segunda. Su nombre es Chureca, y lleva ya mucho tiempo sufriendo en silencio los maltratos de su madre. Pero salió con tanta hipocresía, que fue tomada como otra noticia más, una de tantas que diariamente desfilan por la televisión o la radio, sin que los espectadores lleguen realmente a hacer hincapié en ninguna.

Y así fue como ambos se unieron en santo e indisoluble matrimonio y el progreso pudo al fin ser saciado, aunque para ello debiese renunciar a todos los valores que le habían inculcado, la igualdad, la verdad y la libertad.

No hace falta detenerse mucho para contemplar la hipocresía con la que Cuatro TV. comenta desde fuera la pobreza del mundo, enfocándola como algo inevitable e inexplicable, no queriendo hacer pensar, si no como aquellos propagandísticos reportajes que constituían el No-Do, diciendo "fuera están peor".

Aún rigiéndose por la pobre moralidad humana de la caridad antepuesta a la solidaridad, resulta indignante como esa reportera busca el lucro a costa de la pobreza sin ofrecer nada  cambio.Cómo por un puñado de euros, un grupo de personas se ve obligado a ser expuesto como bufones. animales en un zoo, ante la poderosa e implacable máquina del show televisivo.
Esa que te pide que no pienses, que consumas, que produzcas, que seas un número.

Es irritante como ésta finge agradecimiento mientras mira por encima del hombro a seres de su misma especie tan solo por que estos han hecho por seguir adelante lo que posiblemente ella jamás pudiese.

Pero aún más irritante es quien se sienta ante el televisor a observar inmóvil a los hijos bastardos de la globalización, sin replantearse ni tan siquiera a donde lleva todo esto, hacia donde gira el mundo. Demasiado ocupado por su trabajo, el paro, la crisis, la hipoteca, la letra del coche, los recortes, el IVA, el IRPF, la quiebra de Bankia, los desahucios, la gripe A, Fukushima,las elecciones en Estados Unidos, la amenaza nuclear en Corea,  la inmigración, la inseguridad en las calles, el futuro de sus hijos..... Como Chaplin, paren el mundo, que yo me bajo.

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Pero antes me gustaría abrir cuestión sobre a quien beneficia ese asfixio informativo, esa drogodependencia de la sociedad de una información adulterada y masticada ideológicamente que haga al individuo, cohibido y maniatado a su vez por los grilletes de la sociedad, alguien fuerte y convencido de sus ideas.

Lo hemos visto ya. Es el fondo del problema el que se vislumbra demasiado alejado y retiene al individuo en un estado de bloqueo e incomprensión, lo que le otorga plena sumisión y le incita a centrarse en su día a día, a perseguir aquellos objetivos que la sociedad le ha impuesto como buenos. Esa sociedad pervertida por la información adulterada, por el inagotable y fuertemente custodiado recurso de la falacia.

Pero para ese trabajador, angustiado y superado por la información recibida y por su propia desesperación cotidiana, que no liviana, terminará ciertamente por suponer una carga -más- esas víctimas, esos niños de mirada perdida y futuro incierto que son captados a la perfección por las cámaras de demagogia mientras hurgan hambrientos en la basura del planeta, sin terminar de comprender realmente que hace al rico, rico y al pobre, pobre. Sin poder entender por que su infancia se ha esfumado por uno de los múltiples regueros de estos hijos bastardos.  Recurrirá angustiado el hombre de buena voluntad a la vertical y humillante caridad, arrojará una palada de su arena para saciar el pozo que otros cavaron. Y tarde o temprano, su palada acabará también en el montón. Un montón creado de la desigualdad y la codicia, todo salido de un agujero al que él nunca contribuyó. Sería incapaz, con su honestidad y su honradez, dando siempre dinero a los pobres. Aunque quizá sí  A fin de cuentas, es ya uno más.
RICARDO POL.


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