martes, 25 de octubre de 2011

Marisa Souto Carro. Biografía.

Virginia González Poncet 3º E.S.O

Nació en la época de la posguerra concretamente en el año 1934 en su domicilio situado en la calle Miguel Servé, A Coruña.

Es la primera hija del matrimonio de Elvira Carro y Ricardo Souto, ambos coruñeses.

Una de sus mayores decepciones fue el no haber tenido una Mariquita Pérez y una bicicleta que pedía cada Navidad.

En vez de eso le traían una muñeca de celuloide y un trajecito.

Tiene otros dos hermanos que, al contrario que ella, eran muy deportistas. Se llaman Ricardo apodado como Rimi y Marina Elena apodada como Nela, esta fue campeona internacional de hockey y atletismo.

Marisa fue creciendo y, a los 12 años, comenzó en la escuela comercio la carrera de profesorado mercantil, aunque fue ama de casa toda su vida ya que por aquella época a las mujeres casadas no se les permitía trabajar.

Compaginaba la carrera con sus clases de piano en el conservatorio de A Coruña y con la escuela de idiomas donde estudiaba inglés, gallego y francés. Dichos estudios de piano no pudo acabarlos ya que como dice ella ´´ no tenía oído musical``.

A los 22 años se casó con José Ramón Poncet. Su boda y la petición salieron en los periódicos y en las revistas.

De luna de miel viajaron a Madrid en tren ya que tardaron mucho en tener un coche.

Su primera residencia en conjunto fue en la Avenida Piruleiro.

15 meses después del enlace tuvieron la primera de sus 6 hijos, Marisa, apodada como Tita, que nació en su domicilio con la ayuda de la comadrona y sus abuelas.

Nuevamente se quedó embarazada pero el bebé no consiguió salir a delante y tuvo un aborto.

No tuvo otro hijo hasta 4 años después cuando nació Virginia; que fue la última en nacer en el domicilio ya que el resto de sus hermanos nacieron en la clínica Pilar.

Cuando esta tenía 6 meses su hermana mayor, Tita, sufrió tuberculosis y los 4 viajaron a Órdenes en un SEAT 600 para intentar curarla.

15 meses después se unió el primer varón a la familia, Ramón. Y después de este otros 2 más Javier y Luis.

Cuando pensaban que la familia no iba a aumentar más nació su tercera hija, Marta.

Nacidos sus 6 hijos: 3 niños y 3 niñas, Marisa tuvo que contratar muchas muchachas ya que su marido tenía que viajar mucho por trabajo.

La vida transcurría sin sobresaltos y en 1975 se mudaron de casa.

Pasaron los años y sus niños se hicieron mayores.

En el 1988 Marisa y José Ramón tuvieron su primer nieto de los 9 que tienen actualmente. Sus nombres: Luis, Marta, Susana, Pablo, Hugo, Javier, Virginia, Miguel y Laura. 5 niños y 4 niñas.

En el 2010 la familia sufrió un bache, la muerte de José Ramón.

Ahora tiene 77 años y vive sola en El Temple rodeada de su familia y de sus amigos y amigas de toda la vida.


lunes, 24 de octubre de 2011

REDACTORES MÍNIMO MURMULLO

Bienvenidos a esta nueva actividad de taller de creación literaria. Además de todos aquellos acontecimientos escolares noticiables, este curso 2011- 12 inauguramos este nuevo blog para dar salida y compartir con todos vosotros creaciones literarias de todo tipo y de todos los niveles: cuentos breves, relatos misteriosos, biografías...
Solo nos queda animaros a participar y compartir con nosotros esos mudos maravillosos a los que podemos acceder a través de la literatura.

Narración Paula Fernández.

¿Te has fijado alguna vez en que las personas sólo señalan a otras personas por la calle si son guapas o bien raras? En el primer caso, la seña va acompañada de una mirada a modo de escáner de arriba abajo, y si la que mira es de sexo femenino también la acompañan aires de envidia. Si, por el contrario, el que mira es del sexo opuesto el babero suele ser bastante útil. En el segundo caso, es decir, por rara, suele venir acompañada de palabras un tanto desagradables.

A mí me señalaban por ambas. ¿Cómo? Pues porque además de ser agraciada, tener un cuerpo de proporciones más o menos aceptables, y la gran ventaja de no engordar comiese lo que comiese, era lo que llaman una “friki”. Me explico: me encantaban los cómics Manga, me gustaba leer libros de todo menos de amores y líos, era estudiosa compulsiva y obsesa del orden. Por mi auto-descripción física pensarás que “me lo tenía muy creído” (como se suele decir), pero no me parece bien mentirte por falsa modestia y decir que era el ser más horripilante, si cada vez que me dejaba ver por la calle, creí que a más de uno se le dislocaría la mandíbula.

Aparte de los adjetivos que utilicé para describirme psicológicamente, había uno que me definía a la perfección. Como si esa palaba fuese creada especialmente para mí, como si ese calificativo fuese un molde y yo el bicho fruto de éste. Antisocial. Ésa es la palaba. Únicamente tenía un amigo. Un colega friki del mismo gremio que yo, por así decirlo. Marcos era alto y delgado, usaba gafas y la maraña castaña que le cubría la cabeza nunca estaba peinada. Vestía ojos verdes y sonrisa destartalada. Le gustaban los comics, como a mí, y sus libros favoritos eran de física, en sus más anhelados sueños se imaginaba en la NASA. “Algún día, yo mandaré al primer astronauta a Marte”, decía siempre que yo le tomaba el pelo.

Marcos venía mucho por casa, tanto que mi madre ya lo trataba como a un hijo. Él tampoco tenía muchos más amigos aparte de mí, así que cada rato que teníamos libre lo pasábamos juntos. Me encantaba ir a buscarlo a su casa. Verlo bajar las escaleras de su casa cargado con 50 libros, cada cual más gordo, no tenía precio. Siempre se le caían al llegar al último escalón, y él con ellos, mientras maldecía en voz alta con maldiciones pobres y ridículas. Nunca había oído a sus labios pronunciar un solo taco, algo bastante inusual en un chico de nuestra edad.

Pero todo esto cambió al llegar a bachiller. Me empecé a volver lo que en el mundo adolescente llaman “chapona” ya que mi único y mejor amigo me había cambiado por libros de texto y en los pensamientos que asaltaban cada noche su cabeza antes de acostarse, yo había sido sustituida por planes de futuro e invenciones de naves espaciales más rápidas que las actuales. Me había quedado sin amigo.

Durante los dos años que duró el bachiller, me obligaba a mí misma a entablar conversación con aquellos burros babeantes que intentaban ligar conmigo en la parada del bus. No volví a encontrar a nadie más que se fijara en mi conjunto como persona y no en mi atractivo físico.

Años después supe que él había acabado la carrera de Astrofísica y que le habían ofrecido un puesto en la NASA, en Houston. Yo, más madura y mujer, seguía recordándole día tras día. Acababa de terminar la carrera de Medicina y estaba prometida con un cardiólogo que había conocido en las prácticas durante el último curso de la carrera. Si, prometida.

Con la esperanza de saber un poco de su vida le llamé. Me cogió y soltó información a cuentagotas, pero en un descuido dejó caer el día, lugar y hora de su partida. Ya os podéis imagina lo que hice. Según sus indicaciones, me planté en el aeropuerto el 3 de septiembre a las 11 de la mañana. Lo vi de lejos, se había vuelto más esbelto y ya no llevaba gafas. Parecía menos torpe y pude apreciar como alguna mujer que hacía cola le hacía una de esas miradas-escáner y asentía a modo de aprobación. Parecía que le gustaba lo que veía.

Me acerqué a él y le di 3 golpecitos en el hombro, como si llamase a una puerta. Una puerta que esperaba me devolviese a aquel chico que un día había sido mi mejor amigo. Se giró y nos miramos durante un minuto. Se agachó y ambos nos fundimos en un tierno abrazo. Sentía su corazón palpitar y su respiración agitarse. Noté cómo mientras respiraba, intentaba impregnarse de mi olor y mi perfume para siempre, recordándolos… Recordándome. Le imité. Nos separamos. Dejé que la palma de mi mano se perdiese por última vez en aquella maraña de pelo sin peinar y que cayese al vacío deslizándose por su mejilla.

-Buena suerte, Marcos.

No hizo falta que me contestase. Su mirada hablaba por él. Me besó en la frente con una ternura similar a cuando mi padre lo hacía al darme las buenas noches.

-No me olvides – me pidió.

-Nunca – pensé.

Cogió su maleta y se perdió entre las sombras del aeropuerto. Nunca más volví a saber de él.

PAULA FERNÁNDEZ E.S.O

Biografía de Sandra Cuesta.

Sandra Cuesta nació el 26 de septiembre de 1969 en la ciudad de Oslo en Noruega, hija de padres españoles. Sandra vivirá en la ciudad noruega durante 4 años, pero el 9 de junio de 1973 junto con sus padres y su hermana Carlota y el pequeño Tomás, que estaba en camino, cambiarían las frías montañas noruegas por las cálidas costas de Barcelona quizás este sea el momento más significativo en la infancia de la pequeña Sandra.
El 17 de julio de ese mismo año nacía Tomás, el pequeño de la casa, esto afectará un poco a Sandra ya que perderá mucho protagonismo en el hogar. Los años pasan con normalidad para ella, con buenos momentos que recordará para siempre, pero el 10 de octubre de 1980 a la edad de 11 años Sandra y su familia reciben un duro golpe, su abuela materna fallece. Sandra se apoya en sus amigos y familiares, ya que mantenía una estrecha relación con ella. Los años pasan y Sandra tiene cada vez más ilusiones de cara a su futuro, siempre ha dicho que no quería ser ni veterinaria, ni profesora…quería ser bailarina. Con sus sueños e iniciativas en el año 1987 de 18 años decide marcharse a Coruña para emprender su carrera pero no tuvo éxito así que cambió de ideas y se convirtió en empresaria en una empresa poco empresa poco conocida.
Hasta el año 2004 no conocería a Pedro, su marido y padre de sus mellizos. Ahora en el 2011 a la edad de 42 años se dedica a sus hijos Inés y Gonzalo y a su trabajo, sigue queriendo ser bailarina pero ha perdido las esperanzas, un día quiere volver a Oslo y enseñarles a sus hijos donde vivía.
Sandra siempre se ha considerado una mujer muy risueña y amiga de sus amigos, le encanta la comida china y leer en su jardín junto a sus niños. Su hija siempre ha dicho que quiere ser como ella y motivos no le faltan ya que es una de las mejores personas del mundo.
Claudia Truán Vazquez
3º E.S.O